jueves, 23 de octubre de 2008

UN MERECIDO PÀRENTESIS

Esta semana, no sé porque razón en particular he estado recordando hechos pasados de mi vida. He desempolvado cartas, historias y recuerdos (todos buenos afortunadamente) pues tengo una memoria selectiva que sólo me permite conservar intactos los buenos recuerdos, ya que considero que es necesario, sino vital, aprender a olvidar los malos instantes, pues estos para lo único que sirven es para llenarnos de resentimientos y amarguras, un peso que nos estorba en el equipaje para el resto del viaje.


Gracias a este sentimiento de nostalgia que me ha abrazado por estos días, es que en esta ocasión quisiera dejar de lado los trabajos poéticos que traen las LIBRETAS LIBRO, para compartirles un cuento que esboce hace un tiempo y el cual, habla de un personaje que ya no esta entre nosotros. Un artista, un poeta, un gran hombre con el que todavía guardo un sin sabor de no haberlo conocido mejor. Me refiero a Luis Alejandro Galvis, algunos de ustedes quizá lo conocieron, para otros, este nombre pueda que no signifique mucho. El reencuentro con esta historia me sembró la idea de cuanto vamos perdiendo con el pasar del tiempo, de lo que fuimos no queda casi nada y de lo que somos ahora, quizás mañana ya no quede mucho (es inevitable este movimiento) y claro que la canción de las simples cosas tiene mucha razón: “el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo “. Por ejemplo, mi pasión por ese “vivir cada día como si fuera el ultimo”, ya no arde como antes, el afán por construir nuevas cosas la han opacado. ¿Podemos llegar a cambiar tanto, que lo que antes nos hacia totalmente feliz, ahora nos estorba? ¿Tú, has pensado que has perdido y te gustaría recuperar? ¿O todo esta bien así?





LOS CUATRO BESOS DEL MAESTRO GALVIS



A Luís Alejandro Galvis,
Y a los camaradas de la F.C.T,
donde quiera que estén.


Dos, tres, cuatro, atrás. Decía el maestro Galvis mientras deslizábamos las suelas de los zapatos por el piso de madera en la casa de la Veinte con tercera. Dos, tres, cuatro, atrás. ¡Ay la casa!, como extraño el sonido de la cafetera. Un cigarrillo tras otro. No hay nada mejor que tomarse un café negro en buena compañía. Las goteras, “Nan” llegando del patio de atrás con un par de baldes. Ella siempre estaba pendiente de todo: El orden, las cuentas por pagar, los proyectos. Y las risas, los chascarrillos de “Casehì” eran magistrales, “Bogato y yo reíamos hasta el cansancio con ellos. En ese lugar pase los mejores días de mi vida, poco me importaba y casi todo me alegraba el alma. Dos, tres. Para hablar de “Nan”, de “Bogato” y de “Casehi” necesitaría màs tinta, màs tiempo. ¿Y Kasandra? A ella también la extraño. Siempre me han gustado los gatos. He tenido algunos; unos amarillos y otros negros, pero Kasandra era algo especial; era tímida y nerviosa. Yo nunca había visto un gato nervioso.


“Y es que sólo se puede extrañar lo que se ha amado sinceramente”, y a Kasandra, a la casa y a los amigos de aquel tiempo los ame con las entrañas, por eso los extraño tanto; casi siempre cuando tengo ganas de beber (porque en su mirada encontraba confianza y complicidad), o cuando quiero olvidar el cansancio que me produce la vida (porque cuando desplegaba mi angustia sobre la mesa, encontraba palabras de aliento, no de jueces, sino de verdaderos amigos). Al cruzar la puerta de aquel lugar, conocí la seducción de la palabra. Aprendí que los seres humanos somos frágiles, mitad instinto y mitad razón, que se puede acariciar y contemplar el fuego, sin quemarse. ¿Y las fiestas? ¡Ay las fiestas!, esas eran tan especiales como la gata. Los mismos con las mismas bebiendo hasta el amanecer escuchando las canciones de siempre, (si las paredes pudieran hablar seguro reclamarían nuestra presencia).


Cuando sé es joven, y sé está feliz, nada incomoda, se disfruta de los excesos. Es divertido caminar por la baranda de un puente con los ojos vendados, sin paracaídas.
El maestro visitó pocas fiestas. Él era un hombre educado y elegante. Una vez lo vì despeinado bailando rock and roll en la celebración del 20 de julio. Él era un hombre tranquilo, en verdad que era un buen tipo. Cuando te saludaba, te golpeaba con un abrazo y cuatro besos; dos en cada mejilla. ! Ay el maestro! Como se extrañan las cosas buenas y simples que se han perdido en el tiempo. “Y es que uno no sabe hasta cuando va a tener cerca a las personas que quiere, por eso hay que aprovechar cada instante, cada encuentro como si fuera el último”. De veras. Esto pasa. A mi me ha pasado y no ha sido nada fácil enfrentar tantas despedidas juntas.



Nunca le dije que sus ojos me parecían bonitos (dos, tres, cuatro), creo que por descuido mas que por vergüenza (dos, tres), porque siendo sincera, no me importa regalar halagos a quien los merece, si por mi fuera me la pasaría en esas; es tan reconfortante eso de reconocerle a la gente sus virtudes y talentos. ¿Entonces? ¿Por qué nunca le dije que sus ojos me parecían bonitos? Ya no sirve de nada, ya no puede escucharme. Tres, cuatro, atrás, tarantan, taran, tan, tan.
El maestro Galvis y yo no llegamos a ser los mejores amigos, cuando nos conocimos, él ya traía los suyos y yo los míos. Pero aún así recuerdo con mucho afecto los momentos que pasamos: Las sociedades de la palabra los viernes en la noche, el paseo en chiva, los festivales. Él es de esos hombres fáciles de conocer, pero difíciles de olvidar; esos amigos que uno deja escapar sin haberlos conocido mejor. Y cómo me duele reconocer esto ahora, ahora que no puedo devolver el tiempo. Lo último que supe fue que dejó un diario escrito en francés y una carta que comenzaba mas o menos así: “Si èsto se esta leyendo, es porque ya no existo, es porque ahora soy recuerdo”.



* * *
Ese miércoles, al salir de la biblioteca, me fui para el cafetín de la Catorce con tercera, el de las botellas de colores y posillos de barro. Un examen de Seminario Financiero me esperaba al final de la tarde. No había estudiado nada, y preferí leer sobre literatura Colombiana que analizar los activos y los pasivos del balance general de una empresa de frutas. Eran las 4:50pm. El recorrido del centro hasta la Facultad duraba una hora. La clase comenzaba a las 6:00pm. Sí, estaba sobre el tiempo, pero aún así decidí quedarme y tomarme lo de siempre. La vida luego me mostró que esa fue una buena decisión, porque de no haber sido así, ese encuentro casual no hubiese llegado nunca, no habríamos tenido la oportunidad de compartir la mesa, aquel sorbo de día. Y el calor de sus cuatro besos no se hubiesen estrellado en mis mejillas por última vez.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Carolina...
gracias por compartir tus palabras, tus letras. Creo que siento lo mismo que tu al recordar a Luis Alejandro, pues creo que yo también dejé escapar su amistad sin haberlo conocido mejor.
me gusta mucho lo que escribes de la FCT, yo también pasé muy buenos momentos allá.
gracias por hacerme recordar tan buenos momentos.

Att: Norman Correa