jueves, 3 de julio de 2014

OBSERVACIONES DESDE UNA VENTANA.


Una ventana siempre es y será un objeto del deseo. Una invitación a la contemplación, al voyerismo, un sinónimo de intimidad. Dentro o fuera de ellas cada uno de nosotros ha vivido alguna historia. Una ventana es testigo, refugio y confesor.  





La Tasca, Duitama Boyacá, 2014.



Hoy me encuentro con la novela OBSERVACIONES DESDE UNA VENTANA del escritor boyacense Darío Rodríguez  y  recuerdo mi fascinación por ellas. Vienen a mi memoria las ventanas que han hecho parte de mi historia: las de la casa de los abuelos en el campo - donde crecí - la ventana de la cocina de Sonia, las ventanas de los hospitales que he visitado, las ventanas de los autobuses, las ventanas de los cafés que he frecuentado, las ventanas de los hoteles en los viajes, las de los moteles, las de las casas de los amigos, las ventanas que por accidente he encontrado en las fiestas. 

Lo que tengo para decir de esta novela son conceptos muy personales (cada uno emprende un viaje distinto al leer un libro) Mejor los invito a buscarla,  a conocerla, a leerla, a descubrir la fina, profunda, surrealista y filosófica  visión que el autor nos propone, como explora el mundo de las ventanas, como nos seduce a través de 85 páginas, 85 páginas que parecen 85  pinturas. Dejo a su disposición algunos fragmentos a manera de abre bocas.

Conozcamos al autor, conozcamos su obra y aprovechemos esta oportunidad para hacer un homenaje a las ventanas que han hecho parte de la historia de nuestras vidas. 

¿Cuál es la primera ventana que aparece en el inventario de tus recuerdos? 






Fotografía: Diana Carolina Daza. 
Habitación 621. Hospital San Carlos 2007 . 






FRAGMENTOS OBSERVACIONES DESDE UNA VENTANA: 





                                                    Hoja Cuatro



Si otra persona está junto a usted, desengáñese cuanto antes. Este es un
ejercicio solitario que nadie consigue acompañar, no obstante las buenas
intenciones.

Si después de todo no hay ventanas, pierda cuidado. Siempre habrá ventanas,
aunque usted no las perciba. Si en apariencia no se observan, lo adecuado es
respirar hondo de nuevo y propugnar, algo acorde con su aptitud, por volver a
abrir los ojos.







                                                     Hoja Seis



Lo que usted espera saldrá de alguna parte. ¿Provendrá de la puerta, a su
espalda, nadie sabe si cerrada o abierta? ¿De cualquier puerta, adelante, vista
sin atención, quizás ese derruido portal castigado por las radiaciones solares
mientras se encorvan sus maderas?

Si no atiende a estos detalles confronte, al menos, observaciones primarias.
¿Por qué razón esta es una ventana como las demás?
¿Por qué su marco es así?

Compare a la ventana con otras que haya observado a lo largo de su historia.
¿Ésta de hoy es tan corriente como aquéllas?

El marco, ¿no es muy diferente, en desgaste o luminosidad, de todos los que
acompañaban a las ventanas del pasado?

No se dé prisas en responder.
Compruebe cómo el tiempo que usted calculaba no es ni la sombra del que en
verdad debe pasar aquí.








                                               
                                                 Hoja Nueve



Mantener distancias prudentes con respecto a las ventanas propicia una
dilatación en la espera, aun si se ignora el hecho de esperar.
La distracción, el cándido cambio de actividad, produce leves síntomas de
inquietud manifestados en disposición hacia las obligaciones urgentes, tejido de
un plan esperanzado, desdén, breves sonrisas.

Dada una ventana, ¿es ella quien observa o es usted?
Usted supone observarla. ¿Qué mira, el marco, el vidrio o la pared?
Ella observa. ¿Cuánto requiere para provocar acercamientos de usted?
¿Necesita tiempo?








                                                     Hoja Doce



¿De dónde procede el olor que experimenta en este preciso momento? Inhale
con más cautela. ¿No es, acaso, una amalgama de olores diversos?
Lo que observe será siempre interrumpido por las pesquisas de su nariz, aunque
después olvide o desprecie aquello que sintió.

Puesto que guarda ya en sus cavidades oculares las primeras muestras de
observación, perciba el desahucio entre olores y visiones. Si estas resultan
agradables a su juicio, es solo por el desaliño de aquéllos. Si aquéllos invitan al
gesto afable – y usted desea, por ejemplo, guarecerse dentro de sus ecos – se
debe a cierta sutil repugnancia provocada por lo observado.






                                                           
                                                             Hoja Catorce



Silbidos de los insectos.

Usted no sabe sus nombres. Deduce gracias a esos timbres si las casillas
rodantes de su cabeza se deslizan con pereza, o más bien se afirman tercas en
la quietud bajo la excusa, seguir esperando. Aun si no los ve, ellos acompañan
rutinas en la retaguardia del cráneo.

Ciertos insectos visibles y el óxido de las demoras: relación manifiesta. Se
mantienen aferrados con desesperación o disciplina a los agujeros de las
paredes – escarbados, preparados por ellos mismos-. Robustos, su paso es
sigiloso. Allá conducen a sus presas, cuya cacería dura meses enteros.
Cansancio. Común denominador entre estos insectos de muros y plantas.
Incluso actividades que exigen perspicacia, precipitación, defensa ante otros
insectos atacantes, invasores, lucha empecinada con embates de la brisa,
considerables alturas, son llevadas a cabo mediante este cansancio. 









                                                          Hoja Dieciséis



Usted protagoniza una biografía ficticia.
Adjudique a la lluvia características del viento, hasta no determinar con claridad
cuál es la una ni qué el otro.
Pasos de personas, pisadas de animales. Por momentos, también, el cargante
crujir de un desconocido reloj.
Oiga al corrillo, siervos o alcatraces indefensos, a larga distancia. Sus
murmuraciones.
O la agitación de las alas en muchísimos insectos; la caravana sin retorno
emprendida por miles de aves.
Plañir de unas bocas que mastican despacio sus modestas raciones. Crepitar de
añejas maderas en una hoguera.
La lluvia.







                                                      
                                                    Hoja Veintidós



Rememore la parábola según la cual es de vida o muerte separar cuanto se
presenta al criterio humano en dos partes iguales.

Los eventos de la existencia se dividen en diurnos y nocturnos. Los diurnos, en
veloces y lentos. Estos son obligatorios y voluntarios. Los voluntarios, a su vez,
se rearman en aprovechables y pobres en ventaja.
En proporción inversa aquellos eventos(o eventualidades) nocturnos son menos
propensos a la clasificación por su constante utilización de vendas, velos,
disfraces que los convierten en indefinibles. No obstante, un patrón de medida
sirve a la hora de considerarlos cuando menos con superficialidad. Se dividen
en blancos y negros. Los blancos en eventos tendientes a estancarse dentro del
color blanco y en otros, más escasos, inclinados ante la tendencia al
anquilosamiento en el negro.

Una disposición por el estilo es aconsejable para cualquier temática baladí a la
que se desee dar preeminencia superior. El bien y el mal. Los hombres y las
mujeres. Los jóvenes y los adultos. El uno y el dos. Dicho sea de paso esta
preeminencia atribuida a semejantes generalidades es ficción pura en la
totalidad de los casos.






Fotografía: Diana Carolina Daza 
Restaurante- piqueteadero Monserrate 2007 




                                                               
                                                                 Hoja Veintiocho



Aquí sólo existen el día y la noche.
Cuando no llueva y sea de noche, contemple el color azul en las casas, en los
rincones poco iluminados. Eleve la mirada con discreción. Las montañas
también serán azules. Cuando no llueva, de mañana, coteje lo que se encuentre
por encima de usted. El cielo debe estar blanco. Piérdase en sus pensamientos
por unos cuantos segundos. Recuerde algún hecho anodino de su infancia. No
una pilatuna, más bien una invitación, hasta el día de hoy inexplicable, que cierto
pariente lejano les hizo a usted y a su madre. O cualquier otra necedad sin
influencia clara dentro de su historia. Reflexione en el tiempo perdido hasta este
momento. Abundante o no, agregue pizcas de remordimiento al conteo de
minutos. ¿Qué podría estar haciendo de no haber venido a esperar? ¿Tareas
más útiles para usted, quizás? Después de estas especulaciones el cielo debe
haberse tinturado de un azul claro.

Si espera en plena aurora, sienta el peso de sus rodillas al cruzar esa pausa
veloz al mismo tiempo diurna y nocturna. Detecte los brochazos que el sol
comienza a desperdigar aquí y allá sobre muros, balcones y senderos.
Si aún no llueve y cuenta con la suerte de asistir a los espectáculos del
atardecer, lo que no posee alma tiene que llamar su atención. Cuesta notarlo
pero cuando logre hacerlo mire cómo lo que no posee alma abraza a los objetos,
los colores de futas o de flores brillantes. Todo le parecerá estar naciendo o
brotando. Y sin embargo, para usted debe ser muy claro que el día acaba.
Cualquier persona u objeto se ve frágil o endeble, de lejos, cuando llueve.
Respire. Intente respirar. Sospeche lo siguiente: todo se ha convertido en series
de cristales, diversas texturas y conformaciones. Tras afincar la sospecha, pase a
su comprobación.









(1977) Duitama – Boyacá.

Escritor, promotor de lectura y editor.  Ha publicado las novelas ‘Cuaderno invisible’ (Culturama – 2011) y ‘Observaciones desde una ventana’ (Garcín Ediciones -2013), además del libro de piezas escénicas ‘Aproximación a nada’ (Culturama -2013). Colaborador permanente de la revista bogotana Cartel Urbano www.cartelurbano.com y bloguero literario de En Órbita www.enorbita.tv .  Es uno de los directores del sello editorial Garcín ediciones.


Reseña y datos del autor y su editorial: 


https://www.facebook.com/pages/Garc%C3%ADn-Editorial/362879417137930?fref=nf
https://www.facebook.com/dario.rodriguez.5249?ref=ts&fref=ts