miércoles, 4 de febrero de 2009

REQUIEM DE LA INFANCIA DESDE LA OTRA EDAD

“Cuanta ternura he sumergido en la sangre/
en la sangre silenciosa del corazón/
de tantas cosas que he querido”
Rilke



--- Escuela de Artes, habla Ana / si claro, ¿en qué puedo ayudarle?/ en este momento no estamos manejando fecha límite de inscripción ¿por qué no se acerca a nuestra sede principal y conoce acerca de los cursos?/perfecto/ aquí lo esperamos/ que tenga buen día/


Tengo que reconocerlo. Los brazos no me alcanzan para agarrar el florero que está sobre la mesa. El tiempo de las chicharras con su canto desafinado, insistente, maniático a la cabecera de la cama y los grillos pegados a la ropa y los cucarrones sin respiración metidos en las cajas de fósforos del rey y el color cadavérico de las mariposas atravesado por una cabeza de alfiler... era mucho mejor.


--- ¿Anita trajiste almuerzo hoy o sales con nosotros?


Como debo reconocer que aunque traté de aprovechar golpe a golpe, silencio a silencio el ritmo de las horas, no lo hice del todo bien, me falto más, mucho más, siempre se queda uno debiéndose algo.

Las horas: esos cachitos del día que nunca fueron suficientes para crear pequeños y grandes mundos hoy me pasan la cuenta de cobro, me reclaman el descuido, la falta de disciplina y de compromiso.


--- Ana, ¿tienes listo el reporte de visitas a la sede?

--- Si claro, esta listo desde esta mañana.

--- Ok preciosa, voy a revisarlo y hablamos.

--- Escuela de Artes habla Ana ¿en qué puedo ayudarlo?


La nostalgia se me atora en los zapatos cada vez que vienen a mi mente las imágenes de aquel tiempo, el tiempo del radio ronco de pilas del abuelo retumbando con su “radio recuerdos me gusta más” por el patio de la casa.


--- Hoy tenemos pa´ ofrecerles sopita de verduras, bandeja con pollo o carne asada y de sobremesa tenemos juguito de mango o limonada.


--- Para mí, bandeja con pollo, en vez de sopa me regala más ensalada y limonada, gracias.


El abuelo, la abuela. La abuela en la cocina limpiando la nevera, picando verduras y preparando el dulce de guayaba cuando era cosecha de guayaba porque si era de mandarina, era jugo de mandarina al desayuno, al almuerzo y a la comida, o si era naranja era crema de naranja y mermelada de naranja. Yo creía que era cuestión de soñar para que a uno se le dieran las cosas, pero que equivocada estaba. El tiempo me pasó por encima, sin yo pasar por él.


--- ¿Anita, cigarro después del almuerzo o qué?


Sí, lo sé, uno a los doce o trece años lo único que quiere es cumplir con las tareas del colegio y tener espacio para jugar (niña, que no se le vaya a olvidar colgar el uniforme en el armario y lavar las medias y la blusa para mañana).


Jugar: jugar a ser otro, a sentirse adulto, a ser hada madrina, a volar, a ser hombre siendo mujer o ser madre siendo hombre. No fue suficiente vestir las muñecas con los retazos de tela de colores que la abuela dejaba caer debajo de la singer de pedal (niña es hora de almorzar a recoger todo ese desorden) o ponerle nombre y apellido y una familia a cada muñeco de plástico que venía escondido en los paquetes del loro verde llamado “yupi”. Crearles autos con pedazos de madera, camas con las mismas cajas de fósforos que servían de ataúd para los insectos, parques de diversiones con tapas de gaseosa (la sol, la colombiana, la premio, la fanta). Me divertía, sí, me divertían y sobretodo me entretenían (ya le dije que es hora de recoger ese desorden, es hora de acostarse, mañana tiene que madrugar).


En muchas ocasiones el jardín de su casa me sirvió de escenario para repetir monólogos, ¿monólogos?, en aquel tiempo no sabía que se llamaban así, era sólo cuestión de reconstruir diálogos con lo que escuchaba en las telenovelas, con decirle que fuí huérfana, príncipe, madre y enamorado a la vez. Nunca se lo he dicho, nunca hemos hablado que lastima no haberlo hecho y no hacer nada por hacerlo ahora. Que lástima que mi timidez no me hubiese dejado disfrutar de su gran corazón, de sus historias y sobre todo y lo que más me pesa por estos días, de su talento, de todo lo que usted sabe acerca de la música.


La música: ¿Sabe? ahora vivo entre pianos, guitarras, violines y tambores, los escucho con frecuencia y eso ha desatado en mí algo de frustración. Ellos me llaman, se lo juro, me llaman, créame, me invitan a descubrirlos y no puedo hacer más que quedarme viéndolos, acercarme un poco y dejar caer una sonrisa al vació.


--- Ana, ¿vas a venir con nosotros al paseo de integración el domingo?


Le confieso algo, algunas veces y a solas, he intentado hacerlos estremecer, gruñir, por lo menos parpadear, pero lo único que logro es sentirme impotente. Sí, impotente, casi estúpida, es como el que quiere correr, siente las piernas, pero se da cuenta que no las puede mover. Aquí la imaginación no sirve de mucho, esta es la otra edad, la realidad, y la mía, la mía esta muy lejos de hacer música, de hacer entristecer o enfurecer un instrumento.


La guitarra: esa es la que más visito, me gusta pasar la yema de los dedos por sus cuerdas. Mano izquierda sobre los trastes (¿trastes?), mano derecha sobre su cintura y rasguñó tras rasguñó y rasguñó. Alguien, no recuerdo quien, hace algún tiempo me enseñó dos notas, ¿cuáles?, no sé: dedo índice de la mano izquierda sosteniendo la cuerda cinco sobre el traste, dedo corazón abajo sosteniendo la cuarta cuerda sobre el traste, un, un dos, un dos tres.


El violín: sobre él también he aprendido algunas cosas, sé que la varita con que se toca se llama arco (¿cómo el arco iris?), y que existe un objeto que se llama Pez (¿pez, como el pescado?) con el que se limpia el arco, que los hay de tres cuartos y cuatro cuatros (eso lo he visto en matemáticas, ¿son los fraccionarios no?) Otras veces, voy al piano y ahí es cuando la recuerdo a usted, tan dispuesta a enseñarme todo lo que sabia, lo que sabe, (Mamá yo no quiero volver a las clases de piano) Cuanto tiempo desaproveche a su lado.


El piano: sus manos blancas, alargadas y arrugadas sobre él, golpeando suavemente con las uñas las teclas, ese blanco tan parecido al manto de la virgen que todavía la acompaña y a la que usted tantas veces le cantó, le canta. La misma a la que le pone flores frescas cada mañana para mantener su fé, esa fé única que usted posee (Ave... ave Maria… llena eres de gracia y el señor es contigo) Siempre está con usted.


Ya no tengo trece años, los aromas, las imágenes y los recuerdos se perciben distintos desde esta edad, la otra, la extraña, la exigente, esa donde en las noches los dragones de los sueños no te llevan a viajar en su lomo, sino te cortan la respiración rodeando tu cuello con su larga cola, donde la lluvia no es un pretexto para poner en marcha barcos de papel por los pequeños ríos que se forman a la orilla de las calles, sino donde te escondes del aguacero para evitar la gripe. Los huesos no son los mismos en esta edad los juguetes cambian de lugar. En este tiempo uno calcula bien los pasos buscando no tropezar demasiado, no como antes, donde no importaba salir descalzo, en medias o en tennis rotos a aventurarse por caminos llenos de barro, piedra o mierda de vaca. Ya casi nada me sorprende sabe, ya no es suficiente soltar la cuerda que ata el globo a la muñeca de la mano para dejarlo libre y quedarse extasiado viendo como se eleva, como se va perdiendo entre las nubes.


Las nubes: las que uno pensaba que eran algodones gigantes donde dormía dios, o en las que aparecían escondidas cabezas de conejos o cabezas de perros o cuerpos de osos.



--- Ana, ¿tu turno termina a las cinco o a las cinco y media?

--- A las cinco.


Con el llegar de los años me di cuenta que la pasión y las ganas no bastaban para realizar los sueños, que son necesarios la disciplina y el compromiso.


--- Ana, ¡mañana más tempranito no!, pilas que ha estado llegando como tarde.


Que tonta fuí, debí haber perseverado, debí haberme esforzado un poco más, ¿y la timidez?, esa tampoco me ayudo demasiado. Ahora que la música vuelve a mi vida como un fuerte abrazo, no puedo dejar de recordarla y pensar en lo que hubiese sido de mí, si supiera hacer llorar o reír un instrumento. No me queda más que conformarme con escuchar a la piaf ¿la recuerda? a ella también la conocí gracias a usted. Cierta vez mi abuelo llego a casa con un montón de revistas y libros que usted le había regalado (como solía hacerlo), allí me encontré con un pequeño libro que tenia en la portada la foto de una mujer de cabello corto y negro con unos labios muy, muy rojos. No le voy a mentir, tuvieron que pasar más de quince años para que yo me decidiera a leerlo, lo curioso es que por alguna razón lo guarde y cuide muy bien todo ese tiempo y tal vez lo hice porque sabia que si venia de usted, era algo importante y que la mujer de la portada era alguien interesante a quien era significativo conocer. Así que, si señora, el gorrión de Francia hoy en día acompaña mis noches y mis a veces, largas jornadas de trabajo, su canto... como decirlo... su canto me hincha el corazón, su non, je ne regrette rie o su mon dieu, su
L’ accordéoniste, su voz, su voz, su voz, retumba en mi espacio y gracias a su canto la recuerdo, la recuerdo, la recuerdo a usted con su cabello blanco y su elegancia de siempre sentada en el kiosco de su casa. La recuerdo preguntándome en esa primera clase de piano si lo que quería era aprender MÚSICA, así, MÚSICA con mayúsculas o “huachafear” con un instrumento ¿huachafear? este término no lo escucho desde entonces, aunque, pensándolo bien debe ser eso que algunos hacen por esta época y le dicen llamar música, así, música, con minúsculas.

Yo respondí que MÚSICA con MAYÚSCULAS, y más que por compromiso, lo hice porque en verdad quería hacerlo, porque así lo sentía, por eso, le insistí a mi papá para que me comprara el piano, no sé que pasó (¿acaso no era lo que más deseabas?) ¿qué me pasó? (te falto disciplina y compromiso), ¿qué nos paso? (Mamá no quiero volver a las clases de piano, quiero quedarme a jugar con las muñecas). No entiendo por qué perdí tan rápido y fácilmente el impulso, la oportunidad estaba frente a mí, usted estaba poniéndome una silla para que yo pudiera alcanzar el florero que estaba sobre la mesa y yo no quise verla o lo más triste, la hice a un lado. Ya no hay silla, estoy lejos de usted, soy más cabeza dura y tengo otras cosas en que ocuparme las cuales me roban todo el tiempo.


--- Nos vemos mañana muchachos. ¿Alguien va hacia transmilenio?


Ya no me entretiene estar bajo la vieja maquina de coser esperando a que los retazos de tela caigan sobre mi para vestir a las muñecas, ya no me gustan los insectos ni atravesar las mariposas con los afilares, ya no tengo cerca el patio de su casa. Mis abuelos no son los mismos, están más viejos, algo enfermos y cansados. Ya no como fruta con tanta frecuencia.


- Adiós muchachos, y sí, yo creo que lo más seguro es que vaya con ustedes al paseo del domingo, ese, el de integración.


Con melancolía, contemplo el florero que todavía permanece sobre la mesa conformándome en los ratos libres, que son las noches, con ver las estrellas y cantar junto a las fotografías esperando a que los recuerdos aparezcan con sus risas para romper el gran silencio de la habitación. Sentir el calor de aquellos días siempre es grato y más aún cuando junto a ellos revive la sombra de la música, ese eco que retumba en mi interior y me seduce, me golpea, me estremece. A veces, es Stravinsky a veces, las bulerias, Chopin o Ravel. Ravel, Ravel, Ravel. Entonces, me doy cuenta que para sentir la música no es necesario mover las manos o soplar fuerte tan sólo basta con creer en ella, respetarla, cerrar los ojos y dejarse embriagar por sus armonías, escuchar sus lamentos, sus plegarias, sentir como se enreda entre las voces de la niña (la ausente) el adulto (el olvidado) y las carcajadas de los recuerdos. Tenerla cerca es una manera de escapar al frió, la pesadez, la monotonía en que se han convertido mis días.


--- Escuela de Artes, habla Ana /si claro, ¿en qué puedo ayudarle?