domingo, 9 de junio de 2013

De Carneada a Selección natural






De  Carneada  a  Selección natural

Por: Diana Carolina Daza Astudillo


La poesía  sigue trayendo  a  mi vida  la sorpresa  de  nuevos  rostros, rostros que vienen a acompañar este camino de páginas y tinta, de preguntas y cielos revoltosos,  este camino siempre de amigos con sus voces y miedos y  sus luces de mil  tonalidades.

En febrero de este año, en una de las lecturas mensuales de poesía en  nuestro recordado  Café  Arte La Lupita, donde los invitados fueron  en esta  ocasión,  los poetas Santiago Mutis,  Luisa Fernanda  Trujillo y Mery  Yolanda Sánchez,   apareció una chica  de cabello  rizado (o medio rizado)  con  acento argentino. ¿Cómo llegó? ¿Cómo se entero del evento? Aún no lo sé con exactitud. Pero  si  recuerdo muy bien que se acerco a la  mesa donde nos encontrábamos al final de la lectura. Con una  amplia y  dulce sonrisa,  nos saludo, preguntando por el poeta Santiago Mutis. Nunca había  visto ese rostro (creo que  nadie en la mesa  tampoco)  y aunque el saludo fue de paso, al despedirse nos dejó su libro: Selección natural, haciéndonos la aclaración que allí podíamos encontrar  su correo electrónico.




Portada: Selección Natural 



Sólo después de un par de semanas tomé el libro de aquella chica entre mis manos (un domingo creo o un sábado, no sé)  para leerlo. Al abrirlo me encontré con una brevedad que hacia mucho tiempo no descubría  en las páginas de un libro de poesía. 71 páginas  para ser más exactos. 71 páginas con poemas que no pasaban de seis u  siete versos.  71  páginas que  comenzaban a revelarme el destello  del rostro de la chica con acento argentino y cabello rizado que llegó la noche del 27 de febrero al jardín de la Lupita.

Soledad: (lindo nombre pensé) Soledad Castresana, la misma que ahora  estaba  hablando conmigo a través de su libro, de sus 71 páginas con versos breves, versos que luego fueron espadas,  puntas que hicieron  que  el  nombre de Soledad  pinchara  mis recuerdos, para que su poesía lograra generar en mi, esa curiosidad del que quiere saber más, escuchar mas, leer más,  volver a  ver  ese rostro:



La supervivencia del más leve

Van a soltar al tigre.
Va a saltar.
Voy a esperarlo  con la boca abierta.




Tiburón

Solo lo que se mueve y sangra
es digno
de alimentar a un dios.



Pez de Mar

En este mundo de lágrimas
los  parpados  sobran.



El montañista

Subir y bajar:
las formas del deseo.

Hombre sin pierna

No es nostalgia.
Es el dolor
que está perdido.


Aire

Divago
Entre las cosas del mundo
Busco mis bordes.








Más adelante y con ese nombre retumbando en mi cabeza y   la  brevedad inquietante de su  poesía picoteando en mi conciencia,  busqué su  correo electrónico  en la contra carátula del libro,  allí estaba, como ella misma nos lo había hecho saber. 

Entonces  le escribí para invitarla a una lectura en la Lupita,  un evento  que sería una lectura de poesía de despedida, pues el café cerraría sus puertas. Se realizó en el mes abril, un día justo después de mi cumpleaños. Mi cumpleaños número 33. Soledad, contestó amablemente a mi mensaje,  tanto,  que  fue muy  fácil recordar su amplia y dulce sonrisa. Todo estaba listo,
escucharíamos  los  textos de Selección natural, en la voz de la misma  Soledad, con su acento argentino y sus rizos al aire.

Pero la sorpresa fue mayor, cuando no solo  escuche su voz, sino también algunos  textos de su primer libro, carneada. La poesía de Soledad sin duda, aquella noche, dejo algo muy especial en cada uno de los asistentes, su belleza, su  luz, su fuerza.

Fue  tanta mi insistencia y  tanto las buenas cosas que Soledad, no solo con su poesía, si no con su bella energía hicieron esa noche, que la invite a ser la madrina de mi primer libro, pidiéndole el favor  que compartiera algo de su poesía  en el evento de lanzamiento. A  ella le precio una locura, pero a mi me hubiera parecido más suicida  haberla dejado escapar sin conocerla un poco más.




Lanzamiento el Nacimiento de la Gargoleana / Mayo 25 de 2013 
Bogotá Colombia 


Espero que la vida, su vida en esta,  nuestra ciudad de Bogotá, donde ahora piensa, suspira y dibuja sus versos,  nos permita conocernos más, escucharnos más, saber más de esas turbulencias y soles que nos trae la poesía. 

Les dejo una muestra  de sus textos de carneada, un libro que agotó sus ediciones, un libro que lleva la  fuerza de una voz de mujer, una mujer  que es madre, esposa, hija, amiga, amante, creadora. Una mujer que lleva en sus versos la nostalgia de la infancia, de los juegos,  la crueldad  del mundo  y  los deseos de una mujer naciente, una mujer poeta que escribe como decimos acá, “berracamente”.




Soledad y Greta 



Me gusta haber encontrado a Soledad, me gusta su voz en la poesía, me gusta tenerla en esta ciudad, me gusta pensar que algún día estará habitando una de las suites de este corazón.










III

Crin Dorada cerró el relincho
en el pecho erecto, las patas cortas,
los vasos salvajes. La polvareda
sobre peones y chicos y moscas.
Con la furia del grito trabado
en las espumas de la boca
—garganta que no sabía frenar—
se tragó sus huevos y corrió.
Alambrados, pastos puna, osamentas.
El galope maldecía los filos y las manos.
Mi sexo fosforescía a los cuatro vientos.
Yo pensaba en Crin Dorada. Soñaba montarlo.






advertencia a los que se pierden por deseo

para no llorar
Capitán prefirió
que le arrancaran el ojo
moscas verdes
le copulaban la cuenca
yo sí lloraba
papá se acercó
con la navaja
el ojo era chiquito
en su mano de héroe
el perro no se movió
sostuvo la mirada del filo
mordió el aullido
nunca dejó que le taparan el hueco





trampa para cazar caballos

en el suelo
una costra de maíz azul
sobre los granos
cae un potrillo
una espuma violeta
le corona el belfo
la hinchazón anestesia los ojos
atraviesa el barbijo
hay que quemar el aire
para evitar el contagio
la noche se ilumina
de relinchos
y no hay música
para acompañar el fuego
los caballos saben
cuando van a morir
pero no conocen
el color del veneno





la suerte del que come

un pollo salta
va dejando sobre la arena
el rastro de sus tripas
la sombra tibia de los órganos
que insisten
cada paso lo ahueca
cuando queda vacío
huesos y plumas
cae
sobre otro pollo rendido
en un rincón del gallinero
con la cloaca del ave
todavía entre los dientes
el perro se relame
no conoce
la suerte del que juega
con la comida del amo





tótem

el sol exprime las sombras
un niño acecha
entre los pliegues del bosque
por el tajo que le abre el costado
respira una liebre
le quema la carne debajo del cuero
hay que curar
para siempre
al que sufre
cada golpe retuerce
cada músculo
contraído
se estira
arden las axilas
la espalda se moja
un susurro de gusanos
sacude las raíces del pasto
el hocico se dilata
pero el aire ahoga
cuando la sangre
invierte el camino y se ensucia
queda la piel empapada
la carne molida debajo del cuero
el niño deja el palo
corre a la laguna
se esconde del sol
como del ojo de la siesta





sopor

debajo del laurel
nos acostábamos
a mirar el cielo
las hojas y las flores
adormecen los sentidos
veíamos dragones
osos y conejos
cuando las nubes
anunciaban lluvias
y tormentas



un paseo por el bosque

el galope astillaba la siesta
las ramas herían
los costados de la yegua
el caballo aplastaba violetas
caían las moras
—vos ¿te dejarías?
los párpados fijos
duros los ojos
—bajate la bombacha
ella
que todavía
no llegaba a los estribos
no dijo nada
aunque las ortigas
le quemaban la espalda





el juego

no saques los ojos
de la sangre que brota
del costado abierto de tu cabeza
no dejes de mirar
la oreja que te cuelga
una tira de piel
en la maraña de tu pelo
si no hubieras estado sola
alguien habría escuchado
el ruido de tus huesos
si tus labios no hubieran estado
pegados a su paladar
hubieras gritado
si no hubieras sentido
sus dientes en el cuello
mirá
el perro te espera
lamiendo tu charco
para que sigan el juego



Soledad Castresana.

Intendente Alvear 1979. Vivió en diferentes lugares de la provincia de La Pampa hasta los dieciocho años, luego viajo a Buenos Aires a estudiar Licenciatura en Letras. Ha sido docente universitaria e investigadora.  Fue seleccionada para participar en la antología Poetas Argentinas  en le 2007 y última poesía argentina en el 2008. Es una las directoras de la editorial de poesía Curandera. Ha publicado Carneada en le 2007 y Selección Natural en el 2011. Actualmente vive en la ciudad de Bogotá, donde  prepara su último poemario.
soledad@castresana.co.ar

lunes, 3 de junio de 2013

Breve escena de teatro, breve cuento, breve encuentro.

Miroirouge

Breve escena de teatro, breve cuento, breve encuentro. 





                                   



Madre,  tú que has alcanzado la inmunidad de la carne, dime si acaso es pecado oler. Aspirar el pasado adherido al perfume de un hombre, en cuya  esencia habita el  sudor infectado  de mil mujeres,  mientras  bailas colgada a su cuello.

Cuéntame  si al dejarme arrastrar por las sospechas del instinto hasta el rincón más celoso del apetito, para entrar en él, desclasa, con cuidado de no despertar los demonios que moran en la piel, me condeno a un recorrido eterno por el paraíso de la lujuria. ¿Acaso hago mal al abrirle las alas al deseo?  ¿Al  querer deslizar como hilos invisibles mis dedos por su cabello buscando desnudar sus lóbregos pensamientos? ¿Es pecado, madre? ¿Me condeno al infierno al dejarme elevar con el recuerdo de ese aroma que entra  como helio hirviente  en más que mis pulmones?

Si lo que sentí aquel día, si todo esto que retumba en mis entrañas, si lo que hoy  persigue mi conciencia, si a este calor que me rodea se le llama pecado, entonces recibo mi penitencia, aun sin entender las leyes de una iglesia que jamás escogí.

 Antes de ir a la cama  arrodillarte al borde la cama. Junta las manos y pide al ángel de tu guarda que custodie tu sueño. Aprende de memoria el padre nuestro. Padre nuestro que estás en los cielos y todo lo ves y todo lo sabes aléjame de las tentaciones. Limpia mi memoria de los recuerdos de aquel día. Ata mis manos a esta pluma para que después de la poesía no puedan volar  más  allá de este espacio. Condéname a la quietud, a la mudez, a la esterilidad de las sensaciones.

Madre, tú que has caminado el desierto de los hombres esquivando sus arenas movedizas, háblame sobre ese padre al que le debemos todo, dime si me juzga por haber olido, por haberme dejado impregnar por el  bálsamo prohibido de la excitación. Padre, si todavía me escuchas, libérame de la danza. Desata esta cadena que abraza mi cintura al presentir sus manos sobre ella. Arde madre. Lastima.




              



Tú que has gastado  la mitad de tus días desatando los nudos de los prejuicios, dime si  al llevar esta carga  me entrego al peligro de querer perderme una y mil veces más en la turbulencia de  mares  teñidos en  ojos  llenos de trampas. ¿Acaso es pecado desear  bañarse en la sal de otro y sentirse cómodo con el ardor de su saliva cayendo sobre las heridas? ¿Corro así el riesgo de volverme esclava de  sus ojos caleidoscópicos? ¿A la persecución perpetua  de la  terquedad que concluye en el vacío? ¿Qué se siente madre? ¿Qué nos queda de la caída? ¿Perdemos movilidad en las extremidades? ¿Se quebrantan  nuestras alas? ¿Allí abajo se acaban los sueños? ¿Comienzan? ¿Duele madre? ¿Cuánto dura su dolor? ¿Tenemos conciencia de su peso? ¿Se anuncia su final? Quiero oler madre, me gusta oler y dejarme trastornar por la esencia de los hombres  que traen espinas. ¿Son venenosas verdad?

Tú que soportaste tantas, cuéntame  sobre el  antídoto. Descubre tus heridas. ¿Aún sangran? ¿Es verdad que las plegarias ayudan a cicatrizarlas? ¿O están tan abiertas como lo están ahora tus ojos mientras me escuchas?  Rompe este silencio que asfixia. Clama con una palabra cercana, amiga, el movimiento de la culpa en mis médulas. Interrumpe la música que altera la cordura.

Canto: Ella va triste y vacía llorando una traición por amargura, por aquel que le decía que era su amor y su locura”.



                                                                      


Quiero oler, madre, invitarlo de nuevo a bailar para colgar mi nariz  a su veneno. Padre, tú  que estás en los cielos y   todo lo ves y todo lo sabes, cierra tus oídos. Madre tu que ahora lo sabes todo, guarda mi secreto.

Mientras el cura da la misa, guarda silencio. Levántate. Siéntate. Arrodíllate. Vuelve y levántate. Golpea tu pecho con un puño libre de orgullo. Presta  atención. Guarda silencio. No cruces las piernas. No te rías. Evangelio según San Mateo capitulo 4 versículos 5 y 6. Por mi culpa, por mi gran culpa, por mi grandísima culpa. Baña tu frente con  agua bendita para ahuyentar  los malos pensamientos.  

¿Quién bendice esa  agua madre? ¿Quién me dice si en realidad   lavará el pecado? ¿Cómo pueden  ser cosas del  demonio, encuentros tan nobles, cargados  de alientos traviesos y  tanta vehemencia?.

Me gusta oler madre, quiero oler, eternamente, hasta  desahuciar el sentido. Dejarme surcar  por  los aromas que reviven las fibras muertas de mi piel y volar  hacia mundos insospechados con su recuerdo. ¿Cómo fueron los tuyos? ¿A dónde conducían las rutas  trazadas en  sus caderas? ¿Qué transcribían las escrituras marcadas  en sus rodillas? ¿Cuál era el sabor del licor de sus besos?

¿Guardaba el amargo de las flores salvajes? ¿O el dulce de la primavera soñada? ¿Cuántas veces te embriagaste al beberlos? ¿Alguna vez lo invitaste   a rodar por tus pechos? ¿Tuviste miedo de morir sin probarlos por última vez? ¿Qué palabras alcanzaste  a escuchar mientras sus nombres se hacían dueños del tuyo? ¿Cuántas condenas guardas bajo la falda? ¿Nada en ti se mueve al escuchar mi confesión? ¿Al recordar la  voluntad de la carne cayendo sobre otra  carne?

Desde niñas nos  enseñaron a amar a dios sobre todas las cosas, incluso sobre nosotras mismas. Entonces si ese amor  es tan  perfecto porque no  nos salva de las preguntas que infieren  devastación.

En la semana sagrada no te bañes porque te vuelves pescado.  Apaga esa música. Guarda silencio. Presta atención al  sermón de las siete palabras: ALIENTO. CARNE. LENGUA. INSTINTO. PIEL. SALIVA. CALOR.   Padre por qué  me has abandonado. Tengo sed.
Yo quiero oler madre,  a  mi me gusta oler. Que alguien detenga esas campanas. No quiero más campanas. Yo sólo quiero oler. Arrastrar mi nariz por colinas desconocidas, ocultas en la nuca de los hombres, detrás de sus orejas que todo lo atienden, en sus barbillas que todo lo soportan, en su espalda que todo lo padece. Quiero  con  mi nariz caminar por sus secretos, aun si corro el riesgo de caer entre sus hiedras hasta  perder el aire.

Me gusta oler madre, acumular fragancias en la memoria y encontrar algo de mí entre sus células.

¿A también te gusta oler, verdad? Lo leo en  tu nariz ¿Cuantos polvos  aspiraste al cruzar la línea   que divide la santidad de la humanidad? Descubre tus dientes ¿aún tienes pedazos de la piel que comiste? No tengas vergüenza madre, no calles. Libera tu conciencia. Estás acostumbrada  a la penitencia y al  perdón. Por mi culpa, por mi gran culpa, por mi grandísima culpa. El que peca y  reza, empata. La contrición  purifica.

Dios te salve María llena eres  de gracias, escucha a tu hija. Creo en Dios padre todo poderoso creador del cielo y de la tierra, dale el  perdón a tu sierva. Ángel de la guarda mi dulce compañía no me desampares, no me dejes acercar al borde de la tentación. Cierra mi boca. Ata mis brazos. Vuelve de piedra mi piel. No permitas que las bestias que duermen en el fondo de un mar sin nombre se despierten.

Abre tu puño. No sientas miedo al reconocer el camino que anduviste en las palmas de tus manos. Sé que no aguantas más. Sé que a ti también te gusta oler. Sé que confundiste la devoción con el sacrificio, con el olvido. El amor todo poderoso con el propio. Nuestro padre sabrá entender. Si su corazón está hecho de tanta bondad como dicen, sabrá entender, si es bueno como dicen, conoce sobre el respeto.

Perdóname, Madre, perdóname por tratar de limpiar mi culpa con el desprendimiento de la tuya. Somos necias madre, egoístas. No te alejes. Frente a  quien más sino a ti y sólo hoy, puedo volcar mis pensamientos. Gracias, gracias por cubrir con tu mano tierna este instante.
¿Recuerdas  que cuando niñas gustábamos de  de cazar mariposas? Nos sentíamos dueñas de su color y tan sólo acumulamos muertes. ¿Eso también fue pecado? ¿Eso nos condeno a perder nuestro color? ¿A anunciar nuestra muerte? ¿Conservas aún tus diarios? ¿En ellos palpitan todavía las preguntas de aquel tiempo? Lo sé, fueron  pecados menores que se quedaron atrapados en la inocencia que también perdimos al reconocer los deberes de la carne.

Ya no somos las mismas. Ya no  creemos en discursos de princesas que olvidan zapatillas de cristal o que bailan con enanos. Tu y yo ahora sabemos que eso del fueron felices por siempre no existe y que la única eternidad que nos pertenece es la de la imaginación y  que para abrirle la puerta es necesario sentir, oler, tocar, Vivir Madre. Vivir, vamos a vivir.
Levántate de ese trono impuesto por otros e invitemos a los hombres a bailar para escarbar en sus cuellos. Coleccionemos de nuevo la muerte de los días que visita  el jardín, ahora con la  satisfacción de  robarles más que  sus colores. Quizás su tinta nos acerque a la libertad al servirnos como historias para los libros que también soñamos. ¿Acaso Dios nos puede juzgar por eso  también? Por derramar  nuestros más íntimos  deseos en los renglones de las hojas que el azar nos traiga?

No es blasfemia Madre, es creación. Y la creación nunca podrá ser castigada. Que lo diga él, que creó el mundo y todo lo que le carcome. Si fuera pecado sentir, si fuese pecado oler ¿entonces para que nos dio los sentidos y sus raíces? ¿Para qué abrió los umbrales de la sensibilidad? El mundo estaría mejor, de ser así, poblado por rocas.

¿Qué esconde tanto silencio tuyo, Madre? ¿Quieres que calle? ¿Qué me aleje? ¿Qué me arrodille y golpee mi pecho hasta cavar en él una fosa  donde esconder la verdad? No me des la espalda. Permite seguir viendo el reflejo cansado en tus ojos rojos  para reconocer en ellos  mis miedos. ¿Tengo salvación? ¿Existe la salvación? ¿O esa también  es un pretexto de nuestro padre para mantenernos ciegos frente a lo inevitable?

¿El perdón está en dejar que  la ostia de una  falsa comunión  se disuelva en tu lengua? Una falsa comunión, rito de un iglesia hipócrita  que profesa un amor perfecto que no existe?
El amor verdadero se encuentra cuando uno  resbala, en viajar los errores y en el alivio de saltar sus redes. No quiero ser una roca,  Madre, a mi me gusta oler y las rocas no  saben de fragancias.



Diana Carolina Daza Astudillo
Bogotá - Colombia