A Bogotá, ciudad de payasos, putas, trapecistas y
guerreros.
Donde espero, se
apague mi sonrisa.
PRÓLOGO
ESCRITO EN SIETE MOVIMIENTOS
ANTES DEL DESAYUNO
Para
alcanzar la quietud de tus pasos
Es
necesario subir de rodillas
Hambriento,
alzando plegarias que nunca entenderás,
Que ni siquiera te importan.
Para rozar el filo de tus peligros
Sólo
hay que respirar
y llenarse de paciencia
P
a c i
e n c
i a
Cerrar
los ojos
y dejarse elevar por tu voz
Así el
calor perturbe un poco el viaje.
DESPUÉS DEL DESAYUNO
A esta distancia te dejas amar,
Sin dudas que lastimen,
Sin temores que
estorben.
Aquí no importan los ojos
Porque en la lejanía tú mirada no vulnera.
Te vez tranquila,
Medio dormida,
Pero aun así,
todos sabemos del peligro de conocerte.
DESCENSO DE LAS ESCALINATAS
Inevitable
no acercarse al amor calcinante,
Ese que
te llama entre la multitud.
Imposible
no admirarte,
No
dejarse cegar por el veneno de tu calida
rutina
No buscarte,
No
dejarse seducir por tus labios
agrietados
Por ese
aliento irrespirable,
Casi podrido que sale de tu boca.
Te
temo,
Te
huyo,
Pero es
màs fuerte la pasión que el miedo
Y al final
siempre termino entregándome
a la
suerte de tus noches.
A MEDIO
CAMINO
La desconfianza desaparece cuanto te siento
cerca,
No me
queda màs que volver a ser el mismo
Acomodar
la costumbre que me entregas
Y
recorrer junto a ella la nostalgia de tu historia
Tus ruinas,
Nuestras ruinas.
FRENTE
A LA PLAZOLETA
¿Quién
puede huir de lo que ama?
El orgullo frente al amor se deshace, se hace polvo.
Lo acepto, somos
uno.
Enséñame a volar y
perdámonos juntos.
CONTEMPLANDO LA ESTATUA QUE ACOMPAÑA LA PLAZOLETA
A los pies de la libertad que me ofreces
Te
suplico que me abrases cuando todo acabe.
Mis
torpes movimientos
y el padecimiento que habita en ellos
Una vez
mas visita tú gran patio de cemento
Buscando
el sortilegio de tus besos,
La luz de tu rostro
Esa tristeza de metrópoli olvidada
Que
alimenta la fantasía,
Esas
ganas de volar,
queriendo siempre
ganarle al vació.
RETORNO
Mucho fue el sufrimiento
y mucha la soledad,
Muchas las noches de espejismos
y de lágrimas y de fantasmas,
Muchas fueron las mentiras que me dije
Y que quemaron la inocencia
Y traicionaron la
esperanza.
Con el tiempo las ganas de buscar el amor
Se desdibujaron entre tus
calles.
Muchas veces me
hice pedazos
Y de pedazo en
pedazo me levante para continuar.
Hoy, cuando ya no es tristeza el amor
Y el miedo a estar solo ha desaparecido
Quiero nombrarte,
Para que tu nombre renazca en mis labios
como
la ciudad
cabaret
El escenario donde combaten las
pasiones
Donde el animal y el verso que habitan en mi
Encuentran espacio
para correr.
LA CIUDAD
.
I
El aire pesa,
nos pesa,
Todo alrededor es un misterio de risas y copas
Los fracasos y los sueños se funden en el humo de cigarrillo
Formando una gran nube gris sin forma.
La ciudad se ha convertido en un cabaret:
Un cabaret sombrío, lleno de sorpresas.
Meseros,
porteros, músicos y bailarines,
Se
reúnen para acompañar sus soledades.
Todos
buscan un trago, el reposo del cuerpo,
Ese golpe de suerte que les cambie la noche,
La
vida entera.
II
Cuando el sol caiga
Todos habrán desaparecido,
Las puertas del cabaret se habrán
cerrado
Las lentejuelas, las babas y el pinta labios
quedarán en desorden,
Y porteros, bailarines, músicos,
hombres y mujeres
Habrán olvidado el cansancio de
sus pasos.
Porque en una ciudad como esta
Los demonios y las penas sólo
salen en las noches.
LOS
HABITANTES
LOS JUBILADOS
El reloj que descansa en la muñeca del hombre del frente, cantan la una. Una
es la mesa de los jubilados; esos hombres de risa forzada que beben aguardiente con impaciencia mientras
sueñan con dormir sobre las nalgas de las meseras.
Son cuatro.
Cuatro cuerpos desbaratados por el
tiempo buscando la salvación en el fondo de la botella, compartiendo el mal
sabor que deja una vejez vacía, llena de
temores.
EL MESERO QUE QUERIA SER AVIADOR
Si fuese pájaro derramaría sobre
sus cabezas este licor de fracaso que cargo en las manos.
Picotearía y picotearía sus ojos hasta
arrancarlos, para borrar de sus rostros esa mirada de satisfacción que aparece
cuando un insulto quiebra mis alas.
Me cagaria sobre sus mesas,
sobre esas risas hipócritas que me recuerdan que los borrachos están sedientos,
que el turno apenas comienza y que el tiempo para soñar que soy pájaro cada vez
es menos.
Diana Carolina Daza Astudillo
Bogotá, Colombia 2003
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