Miroirouge
Breve escena de teatro, breve cuento, breve encuentro.
Madre, tú que has alcanzado la inmunidad de la
carne, dime si acaso es pecado oler. Aspirar el pasado adherido al perfume de
un hombre, en cuya esencia habita el sudor infectado de mil mujeres, mientras
bailas colgada a su cuello.
Cuéntame si al dejarme arrastrar por las sospechas del
instinto hasta el rincón más celoso del apetito, para entrar en él, desclasa,
con cuidado de no despertar los demonios que moran en la piel, me condeno a un
recorrido eterno por el paraíso de la lujuria. ¿Acaso hago mal al abrirle las
alas al deseo? ¿Al querer deslizar como hilos invisibles mis dedos
por su cabello buscando desnudar sus lóbregos pensamientos? ¿Es pecado, madre? ¿Me
condeno al infierno al dejarme elevar con el recuerdo de ese aroma que
entra como helio hirviente en más que mis pulmones?
Si lo que
sentí aquel día, si todo esto que retumba en mis entrañas, si lo que hoy persigue mi conciencia, si a este calor que me
rodea se le llama pecado, entonces recibo mi penitencia, aun sin entender las
leyes de una iglesia que jamás escogí.
Antes de
ir a la cama arrodillarte al borde la
cama. Junta las manos y pide al ángel de tu guarda que custodie tu sueño. Aprende
de memoria el padre nuestro. Padre nuestro que estás en los cielos y todo lo
ves y todo lo sabes aléjame de las tentaciones. Limpia mi memoria de los recuerdos
de aquel día. Ata mis manos a esta pluma para que después de la poesía no
puedan volar más allá de este espacio. Condéname a la quietud,
a la mudez, a la esterilidad de las sensaciones.
Madre, tú que
has caminado el desierto de los hombres esquivando sus arenas movedizas,
háblame sobre ese padre al que le debemos todo, dime si me juzga por haber
olido, por haberme dejado impregnar por el bálsamo prohibido de la excitación. Padre, si
todavía me escuchas, libérame de la danza. Desata esta cadena que abraza mi
cintura al presentir sus manos sobre ella. Arde madre. Lastima.
Tú que has
gastado la mitad de tus días desatando los
nudos de los prejuicios, dime si al llevar
esta carga me entrego al peligro de
querer perderme una y mil veces más en la turbulencia de mares teñidos
en ojos llenos de trampas. ¿Acaso es pecado desear bañarse en la sal de otro y sentirse cómodo con
el ardor de su saliva cayendo sobre las heridas? ¿Corro así el riesgo de
volverme esclava de sus ojos caleidoscópicos?
¿A la persecución perpetua de la terquedad que concluye en el vacío? ¿Qué se
siente madre? ¿Qué nos queda de la caída? ¿Perdemos movilidad en las
extremidades? ¿Se quebrantan nuestras
alas? ¿Allí abajo se acaban los sueños? ¿Comienzan? ¿Duele madre? ¿Cuánto dura
su dolor? ¿Tenemos conciencia de su peso? ¿Se anuncia su final? Quiero oler
madre, me gusta oler y dejarme trastornar por la esencia de los hombres que traen espinas. ¿Son venenosas verdad?
Tú que
soportaste tantas, cuéntame sobre el antídoto. Descubre tus heridas. ¿Aún sangran?
¿Es verdad que las plegarias ayudan a cicatrizarlas? ¿O están tan abiertas como
lo están ahora tus ojos mientras me escuchas?
Rompe este silencio que asfixia. Clama con una palabra cercana, amiga,
el movimiento de la culpa en mis médulas. Interrumpe la música que altera la
cordura.
Canto: Ella va triste y vacía llorando una traición
por amargura, por aquel que le decía que era su amor y su locura”.
Quiero oler,
madre, invitarlo de nuevo a bailar para colgar mi nariz a su veneno. Padre, tú que estás en los cielos y todo lo ves y todo lo sabes, cierra tus oídos.
Madre tu que ahora lo sabes todo, guarda mi secreto.
Mientras el cura da la misa, guarda silencio.
Levántate. Siéntate. Arrodíllate. Vuelve y levántate. Golpea tu pecho con un
puño libre de orgullo. Presta atención.
Guarda silencio. No cruces las piernas. No te rías. Evangelio según San Mateo
capitulo 4 versículos 5 y 6. Por mi culpa, por mi gran culpa, por mi grandísima
culpa. Baña tu frente con agua bendita
para ahuyentar los malos pensamientos.
¿Quién
bendice esa agua madre? ¿Quién me dice
si en realidad lavará el pecado? ¿Cómo pueden ser cosas del
demonio, encuentros tan nobles, cargados de alientos traviesos y tanta vehemencia?.
Me gusta oler
madre, quiero oler, eternamente, hasta
desahuciar el sentido. Dejarme surcar por los
aromas que reviven las fibras muertas de mi piel y volar hacia mundos insospechados con su recuerdo. ¿Cómo
fueron los tuyos? ¿A dónde conducían las rutas trazadas en sus caderas? ¿Qué transcribían las escrituras
marcadas en sus rodillas? ¿Cuál era el sabor
del licor de sus besos?
¿Guardaba el
amargo de las flores salvajes? ¿O el dulce de la primavera soñada? ¿Cuántas
veces te embriagaste al beberlos? ¿Alguna vez lo invitaste a rodar por tus pechos? ¿Tuviste miedo de
morir sin probarlos por última vez? ¿Qué palabras alcanzaste a escuchar mientras sus nombres se hacían
dueños del tuyo? ¿Cuántas condenas guardas bajo la falda? ¿Nada en ti se mueve
al escuchar mi confesión? ¿Al recordar la voluntad de la carne cayendo sobre otra carne?
Desde niñas
nos enseñaron a amar a dios sobre todas
las cosas, incluso sobre nosotras mismas. Entonces si ese amor es tan
perfecto porque no nos salva de
las preguntas que infieren devastación.
En la semana sagrada no te bañes porque te vuelves
pescado. Apaga esa música. Guarda
silencio. Presta atención al sermón de
las siete palabras: ALIENTO. CARNE. LENGUA. INSTINTO. PIEL. SALIVA. CALOR. Padre por qué me has abandonado. Tengo sed.
Yo quiero
oler madre, a mi me gusta oler. Que alguien detenga esas
campanas. No quiero más campanas. Yo sólo quiero oler. Arrastrar mi nariz por colinas
desconocidas, ocultas en la nuca de los hombres, detrás de sus orejas que todo
lo atienden, en sus barbillas que todo lo soportan, en su espalda que todo lo
padece. Quiero con mi nariz caminar por sus secretos, aun si
corro el riesgo de caer entre sus hiedras hasta perder el aire.
Me gusta oler
madre, acumular fragancias en la memoria y encontrar algo de mí entre sus
células.
¿A también te
gusta oler, verdad? Lo leo en tu nariz
¿Cuantos polvos aspiraste al cruzar la
línea que divide la santidad de la humanidad? Descubre
tus dientes ¿aún tienes pedazos de la piel que comiste? No tengas vergüenza
madre, no calles. Libera tu conciencia. Estás acostumbrada a la penitencia y al perdón. Por mi culpa, por mi gran culpa, por
mi grandísima culpa. El que peca y reza,
empata. La contrición purifica.
Dios te salve María llena eres de gracias, escucha a tu hija. Creo en Dios
padre todo poderoso creador del cielo y de la tierra, dale el perdón a tu sierva. Ángel de la guarda mi
dulce compañía no me desampares, no me dejes acercar al borde de la tentación. Cierra mi boca. Ata mis brazos. Vuelve de piedra mi piel. No permitas que
las bestias que duermen en el fondo de un mar sin nombre se despierten.
Abre tu puño.
No sientas miedo al reconocer el camino que anduviste en las palmas de tus
manos. Sé que no aguantas más. Sé que a ti también te gusta oler. Sé que
confundiste la devoción con el sacrificio, con el olvido. El amor todo poderoso
con el propio. Nuestro padre sabrá entender. Si su corazón está hecho de tanta
bondad como dicen, sabrá entender, si es bueno como dicen, conoce sobre el
respeto.
Perdóname,
Madre, perdóname por tratar de limpiar mi culpa con el desprendimiento de la
tuya. Somos necias madre, egoístas. No te alejes. Frente a quien más sino a ti y sólo hoy, puedo volcar
mis pensamientos. Gracias, gracias por cubrir con tu mano tierna este instante.
¿Recuerdas que cuando niñas gustábamos de de cazar mariposas? Nos sentíamos dueñas de su
color y tan sólo acumulamos muertes. ¿Eso también fue pecado? ¿Eso nos condeno
a perder nuestro color? ¿A anunciar nuestra muerte? ¿Conservas aún tus diarios?
¿En ellos palpitan todavía las preguntas de aquel tiempo? Lo sé, fueron pecados menores que se quedaron atrapados en
la inocencia que también perdimos al reconocer los deberes de la carne.
Ya no somos
las mismas. Ya no creemos en discursos
de princesas que olvidan zapatillas de cristal o que bailan con enanos. Tu y yo
ahora sabemos que eso del fueron felices
por siempre no existe y que la única eternidad que nos pertenece es la de
la imaginación y que para abrirle la
puerta es necesario sentir, oler, tocar, Vivir Madre. Vivir, vamos a vivir.
Levántate de
ese trono impuesto por otros e invitemos a los hombres a bailar para escarbar
en sus cuellos. Coleccionemos de nuevo la muerte de los días que visita el jardín, ahora con la satisfacción de robarles más que sus colores. Quizás su tinta nos acerque a la
libertad al servirnos como historias para los libros que también soñamos. ¿Acaso
Dios nos puede juzgar por eso también? Por
derramar nuestros más íntimos deseos en los renglones de las hojas que el
azar nos traiga?
No es
blasfemia Madre, es creación. Y la creación nunca podrá ser castigada. Que lo
diga él, que creó el mundo y todo lo que le carcome. Si fuera pecado sentir, si
fuese pecado oler ¿entonces para que nos dio los sentidos y sus raíces? ¿Para qué
abrió los umbrales de la sensibilidad? El mundo estaría mejor, de ser así,
poblado por rocas.
¿Qué esconde
tanto silencio tuyo, Madre? ¿Quieres que calle? ¿Qué me aleje? ¿Qué me
arrodille y golpee mi pecho hasta cavar en él una fosa donde esconder la verdad? No me des la
espalda. Permite seguir viendo el reflejo cansado en tus ojos rojos para reconocer en ellos mis miedos. ¿Tengo salvación? ¿Existe la
salvación? ¿O esa también es un pretexto
de nuestro padre para mantenernos ciegos frente a lo inevitable?
¿El perdón
está en dejar que la ostia de una falsa comunión se disuelva en tu lengua? Una falsa comunión,
rito de un iglesia hipócrita que profesa
un amor perfecto que no existe?
El amor
verdadero se encuentra cuando uno
resbala, en viajar los errores y en el alivio de saltar sus redes. No
quiero ser una roca, Madre, a mi me
gusta oler y las rocas no saben de
fragancias.
Diana Carolina Daza Astudillo
Bogotá - Colombia
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