De Carneada a Selección
natural.
La poesía sigue
trayendo a mi vida la sorpresa
de nuevos rostros, rostros que vienen a acompañar este camino de páginas
y tinta, de preguntas y cielos revoltosos,
este camino siempre de amigos con sus voces y miedos y sus luces de mil tonalidades.
En febrero de este año, en una de las lecturas mensuales de
poesía en nuestro recordado Café Arte La Lupita, donde los invitados fueron para esa ocasión, los poetas Santiago Mutis, Luisa Fernanda Trujillo y Mery Yolanda Sánchez, apareció
una chica de cabello rizado (o medio rizado) con acento argentino. ¿Cómo llegó? ¿Cómo se entero
del evento? Aún no lo sé con exactitud. Pero si recuerdo muy bien que se acerco a la mesa donde nos encontrábamos al final de la
lectura.
Con una amplia y dulce sonrisa nos saludo, preguntando por el poeta Santiago
Mutis. Nunca había visto ese rostro (creo nadie en la mesa tampoco) y aunque el saludo fue de paso, al despedirse
nos dejó su libro: Selección natural,
haciéndonos la aclaración que allí podíamos encontrar su correo electrónico.
Librería Trilce, Bogotá, 2014
Sólo después de un par de semanas tomé el libro de aquella
chica entre mis manos (un domingo creo o un sábado, no sé) para leerlo. Al abrirlo me encontré con una
brevedad que hacia mucho tiempo no descubría en las páginas de un libro de poesía. 71
páginas para ser más exactos. 71 páginas
con poemas que no pasaban de seis u siete versos. 71 páginas
que comenzaban a revelarme el destello del rostro de la chica con acento argentino y
cabello rizado que llegó la noche del 27 de febrero al jardín de la Lupita.
Soledad: (lindo nombre pensé) Soledad Castresana, la misma
que ahora estaba hablando conmigo a través se su libro, de sus
71 páginas con versos breves, versos que luego fueron espadas, puntas que hicieron que el nombre de Soledad pinchara mis recuerdos, para que su poesía lograra
generar en mi, esa curiosidad del que quiere saber más, escuchar mas, leer más,
volver a ver ese
rostro:
La supervivencia del más leve
Van a soltar al tigre.
Va a saltar.
Voy a esperarlo con la
boca abierta.
Tiburón
Solo lo que se mueve y sangra
es digno
de alimentar a un dios.
Pez de Mar
En este mundo de lágrimas
los parpados sobran.
El montañista
Subir y bajar:
las formas del deseo.
Hombre sin pierna
No es nostalgia.
Es el dolor
que está perdido.
Aire
Divago
Entre las cosas del mundo
Busco mis bordes.
Más adelante y con ese nombre retumbando en mi cabeza y la brevedad inquietante de su poesía picoteando en mi conciencia, busqué su
correo electrónico en la contra
carátula del libro, allí estaba, como
ella misma nos lo había hecho saber.
Entonces le escribí
para invitarla a una lectura en la Lupita, un evento que sería una lectura de poesía de despedida,
pues el café cerraría sus puertas. Se realizó en el mes abril, un día justo después
de mi cumpleaños. Mi cumpleaños número 33. Soledad, contestó amablemente a mi
mensaje, tanto, que fue
muy fácil recordar su amplia y dulce
sonrisa. Todo estaba listo, escucharíamos los textos de Selección natural, en la voz de la misma Soledad, con su acento argentino y sus rizos
al aire.
Pero la sorpresa fue mayor, cuando no solo escuche su voz, sino también algunos textos de su primer libro, carneada. La poesía de Soledad sin
duda, aquella noche, dejo algo muy
especial en cada uno de los asistentes, su belleza, su luz, su fuerza.
Fue tanta mi
insistencia y tanto las buenas cosas que
Soledad, no solo con su poesía, si no con su bella energía hicieron esa noche,
que la invite a ser la madrina de mi primer libro, pidiéndole el favor de que
compartiera algo de su poesía en el evento
de lanzamiento. A ella le pareció una
locura, pero a mi me hubiera parecido más suicida haberla dejado escapar sin conocerla un poco más.
Espero que la vida, su vida en esta, nuestra ciudad de Bogotá, donde ahora piensa,
suspira y dibuja sus versos, nos permita
conocernos más, escucharnos más, saber más de esas turbulencias y soles que nos
trae la poesía.
Les dejo una muestra de
sus textos de carneada, un libro que
agotó sus ediciones, un libro que lleva la
fuerza de una voz de mujer, una mujer que es madre, esposa, hija, amiga, amante, creadora.
Una mujer que lleva en sus versos la nostalgia de la infancia, de los juegos,
de la crueldad del mundo y los
deseos de una mujer naciente, una mujer poeta que escribe como decimos acá, “berracamente”.
Me gusta haber encontrado a Soledad, me gusta su voz en la poesía,
me gusta tenerla en esta ciudad, me gusta pensar que algún día estará habitando
una de las suites de este corazón.
III
Crin Dorada cerró el relincho
en el pecho erecto, las patas cortas,
los vasos salvajes. La polvareda
sobre peones y chicos y moscas.
Con la furia del grito trabado
en las espumas de la boca
—garganta que no sabía frenar—
se tragó sus huevos y corrió.
Alambrados, pastos puna, osamentas.
El galope maldecía los filos y las
manos.
Mi sexo fosforescía a los cuatro
vientos.
Yo pensaba en Crin Dorada.
Soñaba montarlo.
advertencia a los que
se pierden por deseo
para no llorar
Capitán prefirió
que le arrancaran el ojo
moscas verdes
le copulaban la cuenca
yo sí lloraba
papá se acercó
con la navaja
el ojo era chiquito
en su mano de héroe
el perro no se movió
sostuvo la mirada del filo
mordió el aullido
nunca dejó que le taparan el
hueco
trampa para cazar
caballos
en el suelo
una costra de maíz azul
sobre los granos
cae un potrillo
una espuma violeta
le corona el belfo
la hinchazón anestesia los ojos
atraviesa el barbijo
hay que quemar el aire
para evitar el contagio
la noche se ilumina
de relinchos
y no hay música
para acompañar el fuego
los caballos saben
cuando van a morir
pero no conocen
el color del veneno
la suerte del que
come
un pollo salta
va dejando sobre la arena
el rastro de sus tripas
la sombra tibia de los órganos
que insisten
cada paso lo ahueca
cuando queda vacío
huesos y plumas
cae
sobre otro pollo rendido
en un rincón del gallinero
con la cloaca del ave
todavía entre los dientes
el perro se relame
no conoce
la suerte del que juega
con la comida del amo
tótem
el sol exprime las sombras
un niño acecha
entre los pliegues del bosque
por el tajo que le abre el costado
respira una liebre
le quema la carne debajo del cuero
hay que curar
para siempre
al que sufre
cada golpe retuerce
cada músculo
contraído
se estira
arden las axilas
la espalda se moja
un susurro de gusanos
sacude las raíces del pasto
el hocico se dilata
pero el aire ahoga
cuando la sangre
invierte el camino y se ensucia
queda la piel empapada
la carne molida debajo del cuero
el niño deja el palo
corre a la laguna
se esconde del sol
como del ojo de la siesta
sopor
debajo del laurel
nos acostábamos
a mirar el cielo
las hojas y las flores
adormecen los sentidos
veíamos dragones
osos y conejos
cuando las nubes
anunciaban lluvias
y tormentas
un paseo por el
bosque
el galope astillaba la siesta
las ramas herían
los costados de la yegua
el caballo aplastaba violetas
caían las moras
—vos ¿te dejarías?
los párpados fijos
duros los ojos
—bajate la bombacha
ella
que todavía
no llegaba a los estribos
no dijo nada
aunque las ortigas
le quemaban la espalda
el juego
no saques los ojos
de la sangre que brota
del costado abierto de tu cabeza
no dejes de mirar
la oreja que te cuelga
una tira de piel
en la maraña de tu pelo
si no hubieras estado sola
alguien habría escuchado
el ruido de tus huesos
si tus labios no hubieran estado
pegados a su paladar
hubieras gritado
si no hubieras sentido
sus dientes en el cuello
mirá
el perro te espera
lamiendo tu charco
para que sigan el juego
Soledad
Castresana.
Intendente Alvear 1979. Vivió en diferentes lugares de la provincia
de La Pampa hasta los dieciocho años, luego viajo a Buenos Aires a estudiar Licenciatura
en Letras. Ha sido docente universitaria e investigadora. Fue seleccionada para participar en la
antología Poetas Argentinas en le 2007 y última poesía argentina en el 2008. Es una las directoras de la
editorial de poesía Curandera. Ha publicado Carneada en le 2007 y Selección
Natural en el 2011. Actualmente vive en la ciudad de Bogot, donde prepara su último poemario.soledad@castresana.co.ar